Fuente: http://turismo.perfil.com/17769-epecuen/
Publicado el 12/05/2013
En 1985, sus 1.500 habitantes tuvieron que tomar algunas pocas pertenencias e irse de Epecuén.
Esperaban que la inundación, tras una colosal tormenta, bajara, pero no
lo hizo. Las aguas se adueñaron del lugar y así permaneció, sumergido,
como una verdadera “Atlántida” en medio de la Pampa Húmeda. Pero ahora sus ruinas empiezan a asomar por entre los pantanos y este pueblo fantasma de la provincia de Buenos Aires ve la luz del sol por primera vez en mucho tiempo.
La localidad fue un popular destino turístico de la provincia por estar ubicado junto a un lago, a 550 kilómetros de la Capital Federal.
Durante mucho tiempo, los mismos trenes que exportaban cereales a todo
el mundo transportaban visitantes desde Buenos Aires a sus balnearios de
agua salada de este poblado, donde 1.500 residentes atendían a 20.000 turistas cada temporada.
Su mayor atractivo era el lago, porque tiene 10 veces más sal que el océano,
lo que que permiten que los cuerpos floten de manera inusual, como
sucede en el Mar Muerto de Israel. Sus mayores fanáticos era,
lógicamente, judíos.
Una gran tormenta, seguida por varios inviernos especialmente lluviosos,
hizo que el lago se desbordara en noviembre de 1985. El agua superó el
muro de contención e inundó las calles del pueblo. Las personas huyeron
con las pocas pertenencias que pudieron salvar, y en pocos días sus
casas quedaron sumergidas bajo casi 10 metros de agua salada.
Ahora el agua se retira, dejando al descubierto un escenario que parece tomado de una película sobre el fin del mundo.
Aunque el pueblo de Epecuén ya no existe como existía antes, son muchos
los aventureros que se acercan a ver esta nueva “atracción turística”
en el corazón de la provincia. Las autoridades turísticas propusieron
que se declarara sitio histórico a los restos de Epecuén, para que quede
en su actual estado y pueda ser visitado por quienes quieran recordar o conocer cómo era la vida ahí.
Javier Andrés, secretario de Turismo del municipio de Adolfo Alsina, al que pertenece Epecuén, explicó a la agencia Télam que la villa “estuvo
veinte años cubierta por las aguas saladas del lago, pero desde hace
diez las sequías facilitaron el retroceso del agua y hace tres el casco
de la ciudad apareció transitable“.
El paisaje es extraño y desolador.
La gente viaja a
ver un cementerio, donde muchas de sus tumbas quedaron expuestas, los
restos oxidados de automóviles y muebles, casas derruidas y
electrodomésticos semisumergidos en lo que hasta ahora fueron
pantanos. “Recorrer hoy las calles de Villa Epecuén es transitar por un escenario de devastación total pero que dejó atractivos para el turismo por su singularidad. Por eso estamos tratando de abordar la gestión de las ruinas con el mayor respeto posible“, dijo Andrés.
Muchos residentes de Epecuén huyeron al vecino pueblo de Carhue, también ubicado junto al lago, y construyeron nuevos hoteles y saunas para el tratamiento de la piel con barro y agua salada. “Con
mucho potencial en lo que es destino turístico, ya que no sólo tenemos a
Epecuén con las ruinas y con su naturaleza, sino que también ofrecemos
otra alternativas“, dijo Javier Andrés, a la agencia AP.
“Hoy en Carhué hay ochocientas plazas para el turismo, porque se ha invertido mucho en el turismo termal, que está siendo impulsado por las mismas aguas que arrasaron Epecuén“, destacó el funcionario. “Además,
en el Lago Epecuén está la población de flamencos más grande de
Sudamérica, por lo que estamos trabajando para que la zona se declare
reserva natural protegida“.
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